Una de las lecciones más importantes que me dejó mi madre fue el que
dijera o hiciera las cosas importantes con las personas que me fueran
significativas en vida. Lamentablemente, no fue una lección que
ejerciera hasta hace poco tiempo.
Hace varios años, mi padre me
telefoneó, cuestionándome porqué no le contaba mis problemas. Recuerdo
la respuesta que le dí: "Papá, yo tengo muchos problemas. Sin embargo,
he decidido tratar de resolverlos solo porque no quiero preocuparte
y que te dé otro infarto. Cuando no sepa cómo resolver algo, te
llamaré." A la sazón, mi padre ya había sobrevivido tres ataques
cardiacos.
La respuesta de mi padre fue muy emotiva: "Hoy me doy cuenta que me quieres."
Ese fue el único diálogo emotivo y personal que tuve con mi padre en su
vida. Falleció poco después del infarto que tanto temía.
Hoy quisiera que existiera un teléfono mágico para poder volver a hablar con él.
Hace poco reconocí que en mi vida he tenido siempre dificultad para
expresar adecuadamente mis sentimientos. Esto ha ocasionado que, sin
desearlo, haya lastimado a las personas que más he amado.
Con pesar descubrí que algunas heridas son muy difíciles de sanar.
Cuando tomé conciencia de esta situación decidí corregirla lo mejor que
me fuera posible. He aprendido a tener el valor de decirle a las
personas que aprecio cuánto las quiero, aunque en ocasiones me haya
ganado su rechazo.
Sin embargo, también he descubierto con sorpresa
que era muy necesario que diera este paso y que la mayor parte de las
veces es muy gratificante hacerlo.
Hoy tuve la oportunidad de
platicar con mi padre académico, el Dr. Edmundo del Valle. Me dio mucho
gusto verlo contento. Este profesor fue mi mentor y mi consejero
varios años de mi vida. Le debo mucho de lo que soy el día de hoy. Le
reconozco su gran valía y paciencia como profesor, dado que siempre he
sido una persona de carácter muy rebelde y que fui un alumno bastante
difícil. Gracias a Dios, pude decirle a Edmundo, todo lo importante que
fue en mi vida y lo agradecido que estoy con él. Sentí la misma
emoción que el día que hablé con mi padre por teléfono.
Unas
horas después llegué a mi trabajo, donde di mis clases con mucho gusto y
cariño. Fue la cuarta vez en mi carrera docente que un grupo me
aplaudió al terminar la clase.
Al final del día, pude apreciar un
notable progreso en una de mis mejores estudiantes y le reconocí su gran
esfuerzo. Ver su rostro, agotado pero satisfecho, fue para mí la mejor
recompensa.
Realmente es grandioso aprender a tener el valor de decirle a las personas que quieres cuánto las amas.
Estoy tan emocionado que no puedo dormir.
En fin, creo que ha sido uno de los mejores días de mi existencia
¡Gracias Dios por darme la oportunidad de amar! ¡Gracias Dios por
haberme dado personas que me quieran! ¡Gracias Dios por darme la
oportunidad de vivir!